jueves, 16 de septiembre de 2010

Pique Longue (3.298m). Un recorrido por la corona del Vignemale, desde Montferrat al Piton Carré.

Macizo del Vignemale, Pirineo francés, 3, 4 y 5 de septiembre de 2010.



El estío va llegando a su fin. El tiempo, cada vez más cambiante, anuncia la venida del otoño, pero aún quedan algunas jornadas soleadas y calurosas para disfrutar de nuestro deporte. La montaña, que este año ha conservado algunos neveros en zonas de umbría, va poco a poco viéndose arropada por una capa de hojas muertas de diversas tonalidades, al tiempo que los bosques de media montaña empiezan a desvelar sus esqueletos.

Unos días libres me permiten volver a donde todo empezó: al Pirineo. Me pongo en contacto con mi cuadrilla montañera, sondeando disponibilidades, y recibo la buena disposición de Gorka para pasar unos días en la montaña. Como tenemos tiempo, hablamos de planes más o menos ambiciosos y, finalmente nos decantamos por el macizo del Vignemale, un grande del Pirineo que nos rechazó por dos veces en el pasado. Esta vez no iba a haber ningún fallo.

El Vignemale es un macizo fronterizo, un altar de roca y hielo mítico en ambas vertientes y sobre cuya conquista se han vertido ríos de tinta. Su nombre proviene del antiguo gascón vinhamala, cuyas dos raíces preindoeuropeas, vin y mal, son sinónimos de "montaña". En el dialecto aragonés se le conoce por Comachibosa. El punto culminante de su corona es la Pique Longue, de 3.298m., aunque cuenta con más de diez cimas principales por encima de los 3000 metros.

La historia de la conquista del Vignemale nos remite al año de 1792, cuando los geodésicos franceses encargaron a pastores de la zona hacer señales desde diferentes cimas del macizo, a fin de establecer con cierto rigor la línea fronteriza que separaría la convulsa España de Carlos IV y la nueva Francia revolucionaria. No se tiene conocimiento del nombre de aquellos primeros conquistadores de la Pique Longue, por ello han quedado en la historia Henri Cazaux y Bernard Guillembet como los pioneros, habiendo realizado la ascensión del punto culminante el 8 de octubre de 1837. Un año más tarde tendrá lugar la carrera de conquista de la cima entre el Príncipe de la Moskowa y la Miss Anne Lister, que ganará esta última por cuestión de días, y que deja su impronta en la toponimia de la zona, dando nombre a un corredor y a un collado.

La primera invernal tiene lugar en febrero de 1869 por el Conde Henri Russell, Hypollite Passet y Henri Passet. Sería la primera invernal a una gran cima de Europa. Veinte años más tarde Henri Brulle, Jean Bazillac y Roger des Monts, acompañados por los guías Passet y Bernat-Salles abrirían una vía novedosa y directa al glaciar por el norte, el Couloir de Gaube. Es una vía de hielo y roca que se cuentan entre las clásicas de dificultad invernales. En ese mismo año de 1889, Henri Russell alquila simbólicamente el macizo del Vignemale, donde construirá siete cuevas a diversas altitudes y cuya cima más importante hollará más de treinta veces, la última de ellas con más de 70 años de edad.

Nosotros, muchos años después, aspiramos a descubrir el grandioso valle de Ossoue, caminar sobre los hielos milenarios del glaciar homónimo, recorrer la bella arista del Montferrat y disfrutar de las inmejorables vistas que ofrece la cima de la Pique Longue. Meternos en la piel de Henri Russell y pernoctar en una de las cuevas que encargó construir quedará para la próxima vez. Porque en el Vignemale siempre hay una próxima vez.




ASCENSIÓN


Llegamos a Gavarnie, atravesamos el pueblo y tomamos el desvío del Barrage d’Ossoue, siguiendo por carretera y luego pista hasta el refugio de Milhas (libre, 5 plazas). Aquí dormimos. Seguimos con el coche hasta el Barrage (1.834m), donde aparcamos. Tomamos el GR.10 en dirección del refugio de Baysselance, el camino, que no tiene pérdida, asciende sinuosamente hasta llegar a la parte alta de las grutas Bellevue (2.420m), donde tomamos el desvío al O que nos introduce en la morrena. Siguiendo los hitos por trazas de senda y rocas, alcanzamos unos neveros y la base del glaciar de Ossoue (2.780m). Desde este punto vamos ascendiendo el glaciar buscando la pared del Montferrat, hacia el S. Trepamos por roca descompuesta y por arista vertiginosa (II-, expuesto y aéreo) hasta la cumbre bífida del Montferrat (3.219m). A continuación volvemos sobre nuestros pasos sobre la arista (I+, aérea y expuesta) para continuarla en dirección al Pico Central (3.235m) y después al Cerbillona (3.247m) y al Clot de la Hount (3.289m). Seguidamente descendemos hasta el glaciar y afrontamos la trepada de la pared S de la Pique Longue (3.298m, I+, expuesto, mala roca). Descendemos al glaciar y subimos al Piton Carré (3.197m). Desde aquí descendemos por la parte izquierda del glaciar hasta las grutas Bellevue. Al día siguiente descendemos hasta la presa.


Desnivel positivo acumulado: 1750m

Tiempo: Magnífico, con ligera nubosidad en altura, temperaturas agradables de 30°C en el valle y 17°C en la cumbre de la Pique Longue. Viento imperceptible.

Croquis:




DURACIÓN


Barrage d’Ossoue – Grutas Bellevue (1h45) – Montferrat (3h30) – Pico Central (4h15) – Pico Cerbillona (5h, pausa larga para comer) – Clot de la Hount (7h) – Pique Longue (7h50) – Piton Carré (8h45) – Grutas Bellevue (10h).


DIFICULTAD


Recorrido glaciar: manejo de crampones y piolet. Si el glaciar presenta grietas abiertas, encordamiento. Trepadas diversas de I y II, la arista del Montferrat es aérea y expuesta. Subida al Clot de la Hount expuesta a ambas vertientes y aérea, atención. Subida a la Pique Longue con trepadas varias, prestar atención y portar casco, sobre todo si hay más gente en el itinerario. Hacer este recorrido completo significa estar muchas horas por encima de 3.200m, es necesario estar en buena forma (o dormir el día anterior en altura, en Bellevue, a 2.420m, por ejemplo).



DESCRIPCIÓN

Viernes 3 de septiembre, estoy en mi casa de Pamplona esperando a Gorka. Hemos quedado a las 17, nos vamos a la montaña. Estoy contento, casi ansioso, por ver a mi amigo y empezar una nueva aventura en un macizo que ya nos había dado un par de lecciones recientemente. Nos saludamos y sin más dilación nos ponemos en marcha hacia Gavarnie, por pequeñas carreteras y valles aislados. Tardamos algo más que por la autopista, pero ganamos en paisaje y economía: teniendo tiempo vale la pena perderse por la Baja Navarra y descubrir sus bonitos pueblos. Además, nos ahorramos peajes y kilómetros.

El viaje transcurre poniendo al día el uno al otro, puesto que no nos hemos visto en todo el verano. Es ameno, se hace corto. Hablamos del Vignemale, de Gavarnie, del conde Russell y del Piméné. Y en esas estamos cuando empieza a anochecer, una extraña sensación de déjà vu me asalta, estamos atravesando Lourdes, y busco con la mirada inquieta aquel bar donde comimos un kebab en una fría noche de invierno, Gorka y yo.

En aquella ocasión íbamos a por el Balaitous, en invernal, por la chimenea de las Néous. Fue un día épico que quedó grabado en nuestra memoria, a pesar de no haber hollado la cumbre. Porque, muchas veces, como ya he escrito en alguna parte, la cumbre no es lo más importante. No es lo primordial pero significa, en cierto modo, una recompensa al esfuerzo y un mirador para deleite de los sentidos. Con esta ascensión al Vignemale queremos disfrutar y por ello la tomamos con tiempo y tranquilidad, con la pasión del montañero que reniega de otras ambiciones deportivas. Por eso escogemos una vía de las llamadas normales para acercarnos a estos gigantes.

Llegamos tarde en la noche a Gavarnie, es la primera vez que visitamos esta pequeña villa, cuna del Pirineísmo francés. Encontrar el camino correcto iba a ser, sin embargo, más fácil que previsto, bastaba con seguir la carretera que sale del pueblo hacia las pistas de esquí y girar a la derecha para penetrar en el valle de Ossoue. En los primeros compases recorremos una calzada asfaltada en buenas condiciones, que progresivamente se va deteriorando para transformarse en una pista bastante mala. Nuestra idea inicial era vivaquear en el entorno del Barrage d’Ossoue pero, de pronto, vemos luz y coches aparcados cerca de lo que parece un refugio libre. En efecto, se trata de una caseta llamada "refugio de Milhas" que se encuentra a unos 3 km antes de la presa, es libre y tiene una capacidad para 4 o 5 personas. Allí se encontraban dos curtidos montañeros de San Sebastián que no solo nos dieron valiosas indicaciones sino que nos invitaron a dormir allí mismo, puesto que había sitio y era mucho mejor que hacer un vivac fuera. Aceptamos gustosos y nos instalamos, cenamos e incluso nos ofrecieron vino. Mejor imposible.

Éramos dos cordadas con objetivos similares, si bien su proyecto revestía ciertamente más dificultad. Ellos iban a hacer el recorrido integral desde el Petit Vignemale hasta el Montferrat por la arista; nosotros haríamos lo mismo en el sentido opuesto, terminando en la Espalda Chausenque. Lo cierto es que ninguno de los dos equipos llevaron sus ideas a buen puerto, pero me estoy adelantando a los hechos. En este momento estamos seguros de poder acometer nuestras rutas completamente, al menos nosotros.

Nos despertamos con las primeras luces del día, cuyos reflejos anaranjados sobre el espléndido azul del cielo hacen prever una jornada perfecta para nuestra actividad. Preparamos el desayuno al tiempo que recogemos nuestro material, en un ejercicio de disciplina mañanera memorable, mientras comentamos lo espectacular del entorno. Tenemos muchas ganas de empezar a caminar, enseguida estamos en el coche para salvar los últimos kilómetros de pista que nos separan del punto de inicio: el Barrage d’Ossoue (1.834m). La zona de la presa dispone de una amplia zona de aparcamiento y de un refugio. Algunos paneles recuerdan la legislación del Parc National des Pyrénées y otros indican direcciones y tiempos de acceso. Lo cierto es que el área estaba, desde temprano, colmatada por la presencia de excursionistas y alpinistas, decidimos partir lo antes posible.

El camino, que no es otro que el GR.10, la senda pirenaica que recorre la cordillera en toda su extensión por la vertiente francesa, es ancho y agradable. Recorre, en un primer momento la depresión que normalmente ocupan, casi en su totalidad, las aguas retenidas por el pequeño embalse. A principios de septiembre la imagen es la de amplios pastizales que se extienden a ambos lados del curso de agua proveniente de los glaciares, retorcido en multitud de meandros y ralentizado por una orografía radicalmente plana. Casi al final de este valle cruzamos un recién construido puente de madera, que vino a sustituir el anterior de piedra y madera, destruido por la fuerza de los elementos, posiblemente durante la primavera pasada. La naturaleza puede vestirse de idílica y tranquila, pero también de caprichosa y brutal. Hay que ser consciente de ello.

Continuando por la senda a buen ritmo, atravesamos varios pasajes sobre roca más o menos pulida, que en condiciones de lluvia o nieve son pasos con una cierta exposición al vacío. Entiendo enseguida porque se recomienda evitar esta ruta en condiciones desfavorables, pero lo acabo de asimilar poco después, al ver los enormes neveros que persistían en las zonas de umbría y debían su origen, con casi total seguridad, a poderosas avalanchas de nieve. En efecto, la ruta de Ossoue no solo presenta pasajes expuestos sino también un alto riesgo de avalanchas durante buena parte del año. Enseguida nos toca atravesar los neveros y ni Gorka ni yo contemplamos la posibilidad de ponernos los crampones, aunque estos campos de nieve están bien helados y la huella no ayuda prácticamente en nada a superarlos. Con tiento y los dos bastones a pleno rendimiento los pasamos.

Nos preguntamos donde estarán las grutas Bellevue y apretamos el paso, deseosos de adentrarnos en la morrena y, sobre todo de pisar el hielo milenario (expresión patentada por Gorka) del glaciar de Ossoue. Estamos cerca de hacerlo. En pocos minutos alcanzamos las grutas más bajas que encargó el Conde Russell, donde volvemos a coincidir con nuestros compañeros de refugio, los donostiarras. Investigamos someramente las cuevas y observamos el panorama que se abre ante nuestros ojos; efectivamente, tal y como delata el nombre de estas construcciones, las vistas tanto hacia el glaciar como hacia el valle son muy bellas. Aquí charlamos unos minutos y nos hidratamos, un ritual que vamos a repetir mucho en esta salida a la montaña, tenemos todo el tiempo del mundo.

Pero, como ocurre cada vez que retomamos la marcha después de una buena parada, comenzamos a caminar deprisa y nos pasamos de la entrada a la morrena. No hay problema, hacemos un ladeo y seguimos por una estética cresta hasta enlazar con el camino más arriba. En el límite del primer nevero nos ponemos los crampones y sacamos muchas, muchísimas fotografías; el entorno se presta. Estamos justo debajo del Petit Vignemale, delante del Montferrat, en medio de la morrena, con el valle a nuestros pies, y en el horizonte se empiezan a divisar las cumbres más significativas de Ordesa. Son ese tipo de imágenes que quedan grabadas en la retina y nunca nos cansamos de volver a ver, imágenes que combinadas con el placer de respirar aire puro suponen una experiencia sensorial maravillosa. Como me gusta.

Atacamos el glaciar por la parte derecha, debajo del Petit Vignemale, para irnos acercando progresivamente, conforme tomamos altura, a las faldas del Montferrat. Echamos un vistazo a la pared y decidimos ascenderla por un itinerario que combina trazas de senda con pequeñas trepadas; la roca está muy descompuesta, lo cual no hace esta parte del recorrido especialmente agradable, pero es un tramo que se salva en pocos minutos. De hecho, enseguida estamos en medio de la característica arista grisácea que une Montferrat y Pico Central. Nos asomamos al imponente vacío que se abre ante nosotros y cuya primer escalón se encuentra medio kilómetro más abajo, en los neveros de Labaza; al fondo, el valle del río Ara, viejo conocido de anteriores visitas. En este punto intermedio dejamos las mochilas y nos dirigimos a las dos cumbres del Montferrat (3.219m) que, al no identificar cual es la buena, es decir la “oficial”, reciben ambas nuestra visita después de superar las pequeñas dificultades de acceso que presentan. En nuestro camino nos cruzamos con dos montañeros de Barcelona que vienen de realizar la travesía de la arista desde el Pic du Milieu, una actividad de cotación AD+ muy interesante y, ciertamente, más comprometida que nuestro paseo por las alturas. Su objetivo era hacer la integral del Vignemale desde el Milieu hasta el Petit Vignemale, bajando a coronar las agujas de la Cerbillona y del Clot de la Hount. Un plan ambicioso.

Gorka y yo seguimos nuestro camino y, volviendo sobre nuestros pasos, recuperamos nuestras mochilas. No es que no pesasen, pero estaban menos cargadas que en nuestras anteriores salidas de dos o tres días. Me explico: Gracias a anteriores experiencias, en las que habíamos cargado con material innecesario y bultos demasiado voluminosos, aprendimos a hacer una mochila de alpinismo como es debido o, en todo caso, mejor que antes. Pocas latas, comida liofilizada, hornillo ultraligero, bombonas de gas minúsculas, aislante ultraligero… Hemos reducido a lo necesario, que no imprescindible, nuestros macutos, y la espalda lo siente. Además, en mi caso particular, adquirí una buena mochila, muy cómoda y claramente más espaciosa que la que había estado usando anteriormente. No voy a hacer propaganda de nada de este material, está en algunas fotos si tenéis curiosidad. Pero la verdad es que hubo un cambio para mejor, bastante mejor.

Con nuestra casa sobre los hombros nos medimos con la arista que une Montferrat con Pico Central, es una arista que tiene dos lados bastante desiguales en cuanto a sensación de vacío. La vertiente de los neveros de Labaza es espectacular, muy aérea si acometemos la vía por el filo mismo; por otro lado, la vertiente del glaciar es más suave, expuesta, pero una caída no sería fatal. Es mucho menos aérea también. Así que, en este panorama progresamos rápidamente, superando secciones más estrechas y otras más cómodas, buscando el filo en lo posible y evitándolo en las partes con mala roca. La llegada al Pico Central se efectúa por una de esas pedreras descompuestas tan comunes en este macizo. Coronamos el Pico Central (3.235m) y nos saludamos.

Seguidamente descendemos por una pedrera igualmente incómoda y llegamos al collado de Lady Lister (3.200m), que debería llamarse de Miss Lister, puesto que la referida señorita inglesa no detentaba título nobiliario alguno. En su defensa debo señalar aquí que, en su ascensión de agosto de 1838, había utilizado la vía que luego, injustamente, pasaría a llamarse corredor de la Moskowa, en honor de este noble que también escaló el Vignemale por esta vía. Lo uno por lo otro, debió pensar el encargado de la toponimia. Polémicas decimonónicas aparte, allí nos encontrábamos Gorka y yo sondeando el horizonte en busca del famoso corredor, que creímos distinguir bien unos cientos de metros al S de nuestra posición.

Ahora le tocaba el turno a la Cerbillona (3.247m), que se asciende en un abrir y cerrar de ojos, los pulmones llenos de aire puro y la vista desbordada por tanta belleza. Nos tomamos un tiempo en disfrutar de la cumbre y pronto mi mirada curiosa descubre parte del equipo de los dos catalanes. Desciendo unos metros, mientras Gorka aprovecha para tomar fotografías del entorno, para observar las evoluciones de tan simpática pareja, pero no los encuentro. Han ido a la cumbre de la Aguja de la Cerbillona, tresmil oficial y por lo tanto deseado por los coleccionistas de cumbres. Después de un rato dando vueltas por terreno escabroso, vuelvo a la cima donde me espera Gorka. El hambre aprieta y vamos a aprovechar uno de los magníficos vivacs del collado de la Cerbillona para cocinar un poco de pollo al curry con arroz (liofilizado, claro está). Pero en esto reaparecen los catalanes y la curiosidad me puede: desciendo a hablar con ellos acerca de las agujas del Clot de la Hount, que debían ser sus próximos objetivos. Sin embargo, me confiesan el esfuerzo que ha representado su actividad hasta el momento, prefiriendo volver en otra ocasión a este bello macizo para completar el trabajo. Nos despedimos de ellos, hasta la próxima.

Volviendo a la comida, que llevaba una buena hora haciéndose desear, cocinamos el mencionado pollo y sacamos unas sardinas y algo de delicioso jamón y lomo embuchado que Gorka había traído. Nos supo a gloria comer caliente a 3.200m en un escenario tan especial. Bebimos abundantemente, tanto que nos dimos cuenta que tendríamos que bajar o fundir nieve para obtener más líquido, pero con lo que teníamos podíamos continuar unas horas más. Por eso lo primero que hicimos al terminar de comer fue guardar las cosas y, dejando las mochilas en el collado, emprender la ascensión al Clot de la Hount (3.289m). Una ascensión que debo decir que es más aérea y expuesta de lo que la había supuesto. Se pasa bien si no se tiene mucho vértigo, ya que la cresta es amplia, pero en algunos puntos se estrecha o hay que utilizar las manos. Sobre todo impresiona a la bajada, cuando el vacío flaquea nuestro descenso a ambos lados de la vía y la piedra suelta mantiene la amenaza hasta el final.

Gorka, que desprende una absoluta frialdad ante el abismo más oscuro, deshace el camino con una pasmosa tranquilidad y se entretiene sacando fotos de mi técnica de bajada. Menudo personaje. Poco después, recuperamos las mochilas y mi compañero divisa un grupo que se acerca a la vía de ascenso a la Pique Longue, me previene, y un pensamiento fugaz atraviesa nuestras mentes, que parecen percibir el mismo peligro a la vez: están cargados y es tarde, quieren dormir en el mismo sitio que nosotros. Gorka está más preocupado que yo, me anima a correr, pero tengo claro que llegaremos antes y además no me importa demasiado, pues no estoy muy de acuerdo con vivaquear en la gruta Paraíso, a más de 3.200m.

Como almas que lleva el Diablo alcanzamos la base de la pared y empezamos a ascenderla, me giro y pregunto al grupo si tienen intención de dormir en la más alta gruta del Conde Russell. Una voz femenina me contesta que ésa es su intención y, sonriendo interiormente, entiendo automáticamente que por esta vez no dormiremos en la antigua morada del noble francés. Prometemos echar un vistazo y comunicarles las plazas disponibles en la cueva tan pronto como la inspeccionemos, así que seguimos subiendo por terreno descompuesto, algo expuesto y con nulas referencias. Pronto alcanzamos la gruta y confirmamos lo que nos veníamos temiendo desde hacía unos minutos, había ya un montañero instalado. En la cima, él mismo nos ratifica que va a pasar la noche allí y, puede ser impresión mía, pero no parece muy simpático el francés.

Pero estamos en la cima de la Pique Longue (3.298m), del gran Vignemale, la montaña más alpina de todo el Pirineo, la cara Norte más impresionante. La montaña que obsesionó a Henri Russell y que nos ha llevado a intentar su ascensión en diversas ocasiones. En la cima nuestra alegría es enorme, proporcional al esfuerzo acumulado de tantos kilómetros, frío y otras penalidades sufridas intentando llegar al punto más alto del macizo. Hoy lo hemos conseguido, Gorka y yo, pero también Aitor y Pablo. Ellos también han compartido esfuerzos aquí y les dedicamos un pensamiento desde la cima. Por supuesto me acuerdo mucho de mi hermano que, a su manera, también ha estado siempre un poco enamorado de esta montaña. Pero hay alguien a quien siempre llevo en el pensamiento y que me acompaña allí donde vaya, que me inspira y me motiva, y por eso llevo su bandera a modo de koala: Puss Kattis!

Después de disfrutar en la cima descendemos hasta la gruta Paraíso de nuevo y recogemos nuestras cosas, en el camino de bajada nos cruzamos con el grupo de 4 pamplonesas y charlamos un poco con ellas. En efecto, hemos tomado la mejor decisión renunciando a la noche en la cueva, puesto que 7 personas en un espacio tan reducido hubiese creado incomodidades, léase conflicto. Con nuestra decisión tienen espacio suficiente, no tienen que hacer el esfuerzo de descender y el simpático galo quizá ve mejorado su humor al estar rodeado de mujeres. Por lo menos creímos hacer lo mejor. Y con esa buena conciencia llegamos al pie de la pared y emprendemos el camino al Piton Carré (3.197m), que ascendemos rápidamente y cuya cima suspendida en el vacío ofrece una perspectiva estremecedora, y hasta terrorífica, de la cara Norte del macizo, que contrasta con los bellos efectos de luz que los últimos rayos de sol crean sobre el entorno casi otoñal del valle de Gaube. Es una delicia para los sentidos.

Sin tiempo que perder, pues se acerca la puesta de sol, nos dirigimos a la Punta Chausenque, a la que renunciamos después de constatar nuestro cansancio y la mala calidad de la roca. Nos vamos a dormir a las grutas Bellevue, donde vamos a coincidir con dos navarros algo neófitos en esto de la montaña y una pareja franco-española. Nos repartimos las 3 cuevas. Pasamos el rato charlando con los navarros acerca de la montaña, dándoles algunas indicaciones que les pueden ser útiles para la ascensión que se disponen a hacer al día siguiente y hablando de astronomía. Por mi parte me encuentro cocinando en el exterior de la cueva, pero Gorka mantiene una animada conversación sobre constelaciones y galaxias, novas y estrellas con uno de los pamplonicas. Como el tema, a pesar de ser un gran desconocido para mí, siempre ha despertado mi curiosidad, no me pierdo una línea de la conversación mientras preparo un delicioso puré de patatas con trozos de carne.

Pasamos un buen rato observando la increíble bóveda salpicada de estrellas y polvo cósmico, observando la aparente armonía con la que se mueven los cuerpos celestes y empezando a identificar constelaciones gracias a las indicaciones de nuestro astrónomo aficionado, cuando, de repente, detecto un frontal moviéndose por la morrena del glaciar. Va por la parte equivocada, la sección S, con lo que a cada paso que desciende se aproxima a un barranco difícil de detectar en la más absoluta oscuridad. Enseguida empiezo a hacerle señales con mi frontal, tratando de guiar sus pasos hacia una posición segura, y hablando con Gorka concluimos que no debe conocer la morrena. Lo siguiente es comunicarle mediante voz que se dirija a su izquierda, y como en francés no funciona lo intentamos en castellano, con éxito. Mi compañero y yo, un poco impacientes con las intermitencias del frontal misterioso, nos adentramos en la morrena para encontrarnos con el montañero extraviado, pero éste llega a las grutas antes de que hayamos avanzado demasiado.

Se trataba de un montañero de Castellón, un trotamundos de las montañas que había accedido al macizo por el corredor de la Moscowa, haciendo toda la corona hasta la Pique Longue. Con la tardanza, se le había hecho de noche y tuvo que descender por un camino que no conocía, de ahí su desorientación. Tuvo suerte Asís, que así es como se llama, sin faro lo hubiera pasado mal.

Así que, a nuestra ya de por sí animada conversación, se suma la aventura que acaba de terminar bien para este montañero. Nos vamos a dormir y, entonces, Gorka y yo constatamos que nuestra cueva es demasiado húmeda, habitada por gusanos, arañas y demás fauna en las cuatro paredes. Decidimos hacer un vivac sobre el camino, un vivac que sería muy agradable después de todo, después de esta increíble jornada de montaña en el macizo del Vignemale.

A la mañana siguiente nos despedimos de la pareja, de los navarros y de Asís, con quien nos cruzamos varias veces en nuestro descenso al Barrage d’Ossoue. Le queda un palizón hasta Bujaruelo y muchas horas de coche hasta su ciudad. Le deseamos suerte. Nosotros llegamos al coche y nos cambiamos, todavía es muy temprano. El domingo ha amanecido espléndido, claro y caluroso. Se adivina un gran día de montaña, vámonos a Gavarnie!


Salud y Montaña

Barrage d'Ossoue

Subiendo al Vignemale

Cascada de agua espectacular

Dejamos atrás el valle

Neveros que anticipan el glaciar de Ossoue

Cresta del Petit Vignemale

En el glaciar

Montañeros en el Petit Vignemale

Bello panorama

Subida al Monferrat

La corona del Vignemale desde el Monferrat

Vista al valle de Ossoue

Gorka en la cresta que vamos a recorrer

Atrás queda el Monferrat y su cresta amarmolada

Flores a 3.000m

Collado de la Cerbillona, Clot de la Hount y Pique Longue

Desde la cima del Cerbillona

Vistas hacia el valle de Gaube desde la Pique Longue

El glaciar de Ossoue y Ordesa, al fondo

En la cumbre de la Pique Longue, pensando en mi chica

Placa en memoria de Henry Russell, en la entrada de la cueva paraíso, en la Pique Longue

Cueva Paraíso

Viejos pitones para asegurar la subida a la Pique Longue

Roca pulida

Camino de vuelta al valle

Frecuentes son los vivacs

El camino atraviesa pedreras

Flores

Desde la cumbre hasta el valle

Grandes neveros residuales

Neveros que se atraviesan varias veces

Vuelta a la calidez del valle

Flores

Más flores

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