sábado, 15 de mayo de 2010

Cara Norte de la Alcazaba (AD, 55º, 750m). Un paseo por las alturas de Sierra Nevada.

Sierra Nevada, Granada, 1, 2 y 3 de mayo de 2010.



Éste ha sido un tiempo largamente esperado, un reto atractivo y atrayente. ¡Quién iba a decir que solo fuera nuestro plan B... o C! Nuestra ilusión de hacer un viaje juntos a los Alpes se vio truncada a base de nieve, viento y bajas temperaturas. Estábamos preparados, al menos mentalmente, para algo grande, así que buscamos algo factible a una semana corta de distancia de Pamplona... y salió Sierra Nevada. Éste fue el lugar elegido para nuestra aventura alpinística.

Sierra Nevada es un macizo montañoso perteneciente al conjunto de las Béticas, concretamente a los sistemas Penibéticos. Está situada en Andalucía, España, extendiéndose por la zona centro-sureste de la provincia de Granada y parte del suroeste de la provincia de Almería. En 1986 fue declarada «Reserva de la Biosfera» por la Unesco y, en 1999, gran parte de su territorio fue declarado Parque Nacional por sus valores botánicos, paisajísticos y naturales. Es el macizo montañoso de mayor altitud de toda Europa occidental después de los Alpes. Su altitud máxima se alcanza en el pico Mulhacén, de 3.479 metros.

Nuestra intención, buscando la dificultad, era alcanzar una cima mayor, Alcazaba o Mulhacén, escalando su cara norte. Finalmente, fue la Alcazaba, que se erigió como protagonista de este alpinismo en tierras meridionales. Y fueron, sin duda, unos días excepcionales.


ASCENSIÓN

Nuestro punto de partida se sitúa en la carretera que conduce a la Vereda de la Estrella, a la altura del tercer túnel. Desde allí se toma la carretera, actualmente en obras, para enlazar con el inicio de la vereda, perfectamente sealizada. Por camino ancho y bien acondicionado continuamos hacia el Barranco de San Juan, que cruzamos hacia el E, para ganar la Loma de las Casillas, descender hacia el Valle de la Víboras y remontar parte del Gran Espolón de la Alcazaba. Aquí hacemos el primer vivac a 2.600m.

En la segunda jornada, nos internamos en el gran nevero existente entre el Gran Espolón y el Raspón de Peñón Gordo, remontándolo hasta la base de un sistema de terrazas. Por éste ascendemos hacia un corredor de 45º que se va anchando, hasta dejarnos en la entrada de otro corredor, flanqueado por un gran gendarme a su izquierda. Ascendemos por este corredor de 55º hasta una arista de nieve, desde la cual se efectúa una corta travesía horizontal hasta ganar la base del "Canuto" que atraviesa de izquierda a derecha la parte más oriental de la cara norte de la Alcazaba. Desde el Gran Vasar hasta las inmediaciones de la cima. Justo en la salida hay que superar un resalte de unos 60º en hielo. Remontamos el "Canuto" y llegamos a la cima. Desde este punto tomamos el camino del SO, para descender a la Cañada de Siete Lagunas y alcanzar la cima del Mulhacén por la cara SE. Volvemos sobre nuestros pasos hasta el Puntal de la Cornisa y después descendemos en dirección a la Cañada de los Calderones, en la vertiente oriental de la Alcazaba. Aquí plantamos el segundo vivac.

El tercer día remontamos la Loma de Vacares para coronar la cima del Puntal de Vacares, descender por la cresta occidental hasta el Puntal de las Calderetas y volver al Puntal de Vacares. Desde aquí descendemos la cresta hacia el E, para descender brevemente a los Prados de Vacares y ascender hacia el Pico del Cuervo. Seguidamente descendemos por la Loma del Calvario hacia el vivac de la Cucaracha y el Refugio del mismo nombre, donde enlazamos con la Vereda de la Estrella, siguiendo la cual alcanzamos el punto de inicio.


DESNIVEL POSITIVO

Día 1: 1.600m;
Día 2: 1.500m;
Día 3: 600m.


TIEMPO

Soleado durante el día, nubes por las tardes. Gran constraste térmico entre los 22ºC del valle del río Genil y los -3ºC de los vivac en altura. Viento moderado durante la última jornada, que hacía bajar considerablemente la sensación térmica.


CROQUIS

Cara Norte de la Alcazaba

Cara Norte de la Alcazaba

Día 1: Inicio Vereda de la Estrella - Gran Espolón
Día 2: Gran Espolón - Cañada de los Calderones 


Día 3: Cañada de los Calderones - Inicio Vereda de la Estrella


DURACIÓN

DÍA 1: Inicio Vereda de la Estrella - Cueva Secreta (3h) - Valle de las Víboras (4h) - Gran Espolón (vivac) (5h30); DÍA 2: Gran Espolón (vivac) - Cima Alcazaba (2h45) - Cima Mulhacén (5h) - Cima Puntal de la Cornisa (6h30) - Cañada de los Calderones (vivac) (8h); DÍA 3: Cañada de los Calderones (vivac) - Cima Puntal de Vacares (1h15) - Cima Puntal de las Calderetas (2h) - Prados de Vacares (3h30) - Cima Pico del Cuervo (4h) - Refugio de la Cucaracha (6h) - Inicio Vereda de la Estrella (7h45).


DIFICULTAD

Recorrido senderista hasta el final de la Vereda de la Estrella, con fácil orientación y amplio camino. Se torna más difícil en cuanto a la orientación a partir de Cueva Secreta, desde donde no hay sino trazas de senda que se pierden en el Valle de las Víboras.

Dificultades técnicas de la Cara Norte de la Alcazaba en la vía utilizada: 45-50º sostenido con algunos tramos largos de 55º y cortos resaltes en hielo de hasta 60º. Vía de longitud moderada, 750 metros. Buen dominio de crampones y piolets, y cierta experiencia en corredores, preferible encordarse si algún miembro de la cordada no tiene buena experiencia y técnica. Vía expuesta. También pasos de II en roca.

El resto del recorrido solo exige pasos cortos de trepada (Puntal de las Calderetas, zona somital) y técnica de progresión en nieve. A tener en cuenta la altitud a la que se llevan a cabo las actividades en la segunda jornada (por encima de 3.000m) y la gran distancia a recorrer.

Abundante agua/nieve durante todo el recorrido.


DESCRIPCIÓN

Eran más de las tres y media de la tarde cuando emprendimos nuestro viaje a Granada, tierra soleada y templada, donde íbamos a firmar nuestra mejor actividad sobre hielo y roca hasta la fecha. Estamos los cuatro: Aitor, Gorka, Pablo y yo. Se echa en falta a mi hermano Eloy, que decide no sumarse a la aventura penibética en los días inmediatamente anteriores.

Macutos estratosféricos abarrotan el maletero del Dacia Logan largo de Gorka, no hay espacio para nada más, sin embargo, tampoco nos sobró nada durante esa semana. Las mochilas llevan ropa de alta montaña, gas, hornillos, cazuelas, crampones, piolets, cuerdas, sistemas, botas, botellines, comida, sacos de dormir, esterillas. No sobra nada, y ya durante el viaje de ida nos mentalizamos ante los monstruos que vamos a llevar a la espalda durante varios días. Como los caracoles.

El viaje es largo, lo es, pero a nosotros se nos hizo corto, ameno, jovial. Es una característica típica de los viajes de ida: todo alegría. Llegamos a Güejar-Sierra a las 0:30 y preguntamos a dos jóvenes que, casualmente, caminaban por la calle central del pueblo: "Perdonad, ¿un sitio para dormir?". Respuesta: "Tenei una cazetas de madera más adelante". Pues vale. Resultado: Una hora dando vueltas con el coche, con el que alcanzamos la cota 1750m, para luego bajar por otro lado... Al final encontramos el inicio de la senda que andábamos buscando, la "Vereda de la Estrella". Actualmente el acceso está en obras, así que tuvimos que dejar el coche bastante al principio, después de pasar el primer túnel. En este punto buscamos un hierbín cerca del río y acampamos para pasar la noche. Pero antes exploramos el inicio del camino con los frontales, no vayamos a estar donde no debemos. Poco después estaremos en nuestros sacos. Se apaga la luz a las 2 de la mañana.

En una horas, hacia las 9, nos despertamos y levantamos. Estábamos deseosos de empezar y enseguida recogemos la tienda y nos dirigimos al coche para preparar a conciencia los bultos, y dejar el maletero ordenado de paso. Nos pusimos en círculo, como los buenos, repartiendo el material duro, calculando a ojímetro lo que podíamos necesitar y lo que no. Todo en plan profesioná. Pelamos unas naranjitas para desayunar y ya estamos: podemos irnos.


Nada más empezar tenemos que sortear los múltiples obstáculos, entre vallas de la obra y desprendimientos del terreno, que nos encontramos por el camino. Una senda que es preciosa en esta época del año. La "Vereda de la Estrella" es un camino de montaña que aprovecha el trazado de un antiguo camino minero y discurre por la vega izquierda del río Genil. Este estrecho valle fluvial se ve jalonado por grandes paredes con abundante vegetación y unas formaciones rocosas singulares: grandes lajas de piedra marrón que amenazan con resbalar las unas sobre las otras. Es la típica pizarra metamórfica del núcleo central de Sierra Nevada.


La ruta gana altura muy progresivamente, buscando los puntos débiles de la orografía y salvando pequeños barrancos que bajan cargados de agua en esta época de deshielo. Nosotros, a pesar de nuestros lastres progresábamos muy bien por este terreno, con la ayuda de los bastones telescópicos, y teníamos tiempo para disfrutar del bello y cálido entorno. Este primer día de marcha fue fantástico en lo meteorológico, contando con un cielo azul y un sol deslumbrantes, la temperatura fue también muy buena, entre 24ºC y 10ºC. Incluso en el primer vivac no descendió de los -2ºC o -3ºC a 2.600m. Calorsito 'quillo. Estaba claro que habíamos acertado en esto de venirnos a Andalucía.


En este primer tramo de la ruta nuestra conversación es animada, caminamos normalmente de dos en dos y nos cruzamos con muchas personas que aprovechan el día 1 de mayo para hacer una excursión por la montaña. Nos paramos a hablar con varios de ellos, pero nadie iba a atacar ninguna cara norte al día siguiente, paseaban por la Vereda de la Estrella buscando paz, naturaleza, ejercicio o fotografías de ensueño. Precisamente uno de los senderistas más nos acompañó durante la jornada fue un fotógrafo que tomaba instantáneas de las caras norte de Mulhacén y Alcazaba, que se mostraban portentosas en el horizonte limpio de Sierra Nevada, así como de la vegetación y los barrancos en deshielo. Después de una hora y media de marcha el camino gira hacia el S-SO, buscando la entrada del Barranco de San Juan, desde donde se divisan los dos colosos, bañados en blanco y ocre, efigies en hielo y roca que nos atraen poderosamente. Ahora sabemos en qué condiciones de innivación se encuentran y podremos ponderar adecuadamente las posibles vías que tenemos en mente. La Alcazaba se muestra más nervuda y más rocosa que el Mulhacén, cuya cara norte aparece más plana y nevada. Ambas tienen vías de dificultades muy variables, pero desde el principio del viaje solo tuvimos ojos para la Alcazaba (del árabe qasaba, قصبة, 'ciudadela'). Nosotros, para motivarnos, lo bautizamos como “er K2 de Sierra Nevada”.


Nos tomamos la aproximación con tranquilidad, el día es magnífico y el sitio único. Estamos de vacaciones y solos en la montaña, nadie que vaya a atacar el día 2, aparentemente. Nos paramos a comer y a refrescarnos con asiduidad, hasta este momento no hay problemas con la hidratación, hay agua corriente en todo el recorrido hasta los 1850m aproximadamente. Aprovechamos para recargar los botellines... alguno hasta se pone a secar la camiseta. Se estaba poniendo la cosa en plan “dominguero”, así que enseguida retomamos la marcha por el espolón que separa el Barranco de San Juan del Valle de las Víboras, claro que nosotros no sabíamos lo de las serpientes, sino que lo descubrimos por capítulos. En primer lugar se cruzó una de considerable tamaño, unos 60 cm, pero nada agresiva, en medio del camino, así que la lancé con uno de los bastones al otro lado del riachuelo. Gorka, que tiene aprensión a las bichas, como él las llama, pensaba que yo andaba apartando un palo del camino, cuando vio que se retorcía en el aire. “Está en la otra orilla”, debió de pensar aliviado.

El tema es que el aperitivo reptiliano hubiese quedado en anécdota si no fuera porque conforme íbamos ganado la ladera del espolón y después bajándola al otro lado del mismo, nos fuimos dando cuenta de la ingente cantidad de agujeros en la tierra, intercalados con los pequeños matorrales que recubrían el terreno. Pero aparentemente aquel reino de los ofidios estaba en calma y los dos únicos animales que estaban en la zona, aparte de los de la cordada vasco-navarra, era dos cabras montesas. Solo casi al final del valle, cuando íbamos a abandonar la zona de matorral para internarnos en otro espolón rocoso, se le aparece una serpiente a Gorka, ¡a él precisamente! Nada más que un pequeño susto, por fortuna. La verdad es que en aquel momento estábamos ascendiendo con zapatillas de trekking y los tobillos podían ser blanco fácil de una posible mordedura... o de una inoportuna torcedura. Y es que aún me duele el pensar en el infame mochilón.

Eran las tres de la tarde y ya teníamos ganas de pararnos para comer y descansar. Llevábamos encima un buen desnivel, mucho del cual habíamos salvado en los últimos minutos por el espolón rocoso que asciende abruptamente hacia la base de la cara norte de la Alcazaba. No hay senda ni rastro de huella en nuestro itinerario, pero sabemos que vamos por una ruta transitable y decidimos instalar el campamento sobre roca, justo al lado de una lengua de nieve que nos dará acceso directo a la escalada del día siguiente. Después de seis horas de caminata y 1500 metros de desnivel positivo, nos entregamos al descanso y organizamos la repisa de 3x3 metros que hemos encontrado, con nuestras esterillas, mochilas, calzado, etc... cada uno pone de su parte para hacer un vivac confortable. En primer lugar pusimos las esterillas en el suelo y en base a eso delimitamos la zona con cantos y lajas de distintos tamaños, hasta formar una muralla de unos 35 cm de altura, lo suficiente para que el viento no nos moleste mientras intentamos dormir. Acto seguido, Aitor empieza a preparar la comida mientras los demás secamos ropa, organizamos mochilas, exploramos la zona circundante, sacamos fotos y, como es natural, hacemos nuestras necesidades.

En nuestro fantástico vivac de altura, nos preparamos para la suculenta cena. Sopa de verduras y macarrones, con un poco de jamón serrano. Agua, por suerte, podemos adquirir del cercano nevero, derritiendo la nieve e hirviendo el agua. Así que pasamos una noche bien alimentados, dentro de lo posible. En esta zona, gracias a las instalaciones en las cercanías del Pico Veleta, del que tenemos visión directa al O, podemos disfrutar de cobertura completa en nuestros teléfonos móviles, así que aprovechamos para comunicarnos con nuestras familias. Pasan los minutos muy rápidamente haciendo todas estas tareas y enseguida el cielo empieza a nublarse, “nubes de evolución” dice Aitor, nuestro Maldonado particular, “esto se despeja por la mañana, ya veréis”. Ya veremos, de momento nos metemos en los sacos de dormir y, a su vez, en la funda de vivac para entregarnos al descanso en este hotel de mil estrellas.


Día 2 de mayo, día de hazañas y miserias pasadas, nos alzamos somnolientos contra la pereza y nos ponemos en marcha para acometer la ascensión que nos espera. El saco está caliente y la sensación de salir de él de madrugada, a pesar de lo suave del mercurio, no es muy placentera. Nos vestimos rápidamente y nos disponemos a preparar el desayuno, un excelente cola-cao a base de agua derretida procedente del nevero, leche condensada, restos de sopa y polvos de cola-cao. Para mojar tenemos barritas energéticas duras como piedras y algunos orejones de albaricoque. Lo único realmente decente fueron las galletas rellenas de chocolate, a pesar de todo, un buen desayuno.

Empezamos a andar después de recoger todo el material y dejar limpio el vivac. Salimos hacia el campo de nieve que tenemos al E, en 20 metros estamos pisando nieve dura, perfecta después del rehielo de la noche. Vamos a tener una nieve excelente durante toda la primera parte de la mañana, lo que significa que tenemos que ascender en unas 2 o 3 horas como mucho. Progresamos muy rápidamente por las moderadas pendientes del principio, primero un flanqueo largo a 45º y después una pala muy grande de la misma inclinación, hasta ganar la verdadera base de la pared a unos 2800 metros. Es entonces cuando empieza la verdadera escalada.

Al no haber muchas opciones de subir por ninguna cascada por ser mala la calidad del hielo, dirigimos nuestra vista hacia un par de corredores y una travesía en roca que los enlaza. No era la vía que teníamos en mente inicialmente y no sabemos si ha sido hecha anteriormente, pero lo cierto es que no es difícil, aunque sí expuesta, sobre todo el flanqueo con los crampones sobre la roca.

De este modo atacamos un primer corredor de unos 60 metros a 50º de inclinación, para acceder a un sistema de terrazas (II), que escalamos con soltura. Desde aquí se sale a un segundo campo de nieve, a unos 45º y muy sostenido hasta unas repisas que quedan a la izquierda y donde descansamos brevemente.

La escalada está siendo exigente por el enorme peso de las mochilas, pero entramos en calor muy rápidamente y enseguida ascendemos a buen ritmo. La nieve está perfecta y contribuye a ofrecer una gran sensación de seguridad, los crampones y los piolets técnicos cumplen con su cometido a la perfección. Escalamos con los arneses puestos, por si hiciera falta asegurar algún paso más vertical o con peor calidad de nieve o roca. Al ir por una vía desconocida tampoco descartamos la posibilidad de tener que retirarnos hasta un punto identificable en la fotografía de pared que teníamos. Esta vez habíamos porteado material suficiente para acometer una escalada seria, con fisureros, tornillos de hielo, cuerdas, cordinos y demás en abundancia. No obstante nunca llegamos a utilizarlo por las buenas condiciones del terreno y lo asequible de la vía.

Tras la breve pausa, en la que aprovechamos para hidratarnos, iniciamos el segundo corredor, del que no se ve la salida, aunque adivinamos que hay una. Aitor va en cabeza, por este corredor flanqueado por un gran gendarme y que tiene una inclinación media de unos 55º. Este corredor es bastante más largo que el anterior, serán unos 150 metros y desemboca en una arista de nieve, desde la cual podemos adivinar el inicio del famoso “canuto” que atraviesa la parte superior de la montaña de E a O.

La arista es bella, alpina, está dura y se puede caminar bien por ella, Pablo y yo salimos enseguida a este vértice de nieve, Aitor y Gorka prefieren proseguir por el corredor hasta salir unos metros más arriba a la misma arista. Estamos a mitad de pared. Nos paramos a sacar alguna que otra foto, pero no muchas, hace frío y no queremos quedarnos quietos mucho tiempo. Enseguida volvemos a la carga, viendo la vía de los tres resaltes de hielo (a nuestra izquierda, debajo de nosotros), que enlaza directamente con el “canuto”. El hielo impracticable de mayo nos hubiese puesto en un compromiso de haber optado por ahí, con toda seguridad.

Pero aún tenemos que afrontar la entrada al corredor final, y en esa entrada nos enfrentamos a un par de resaltes de hielo de 2 metros y unos 60º que nos hacen apurar nuestra fuerza y técnica. Des ahí en adelante el corredor se tiende y no pasa de 45º, convirtiendo el último tramo en un final muy entretenido. El “canuto” sale casi directamente a la cima de la Alcazaba (3.371m) y no se ve su salida hasta que no estás casi en ello, lo que lo hace divertido hasta el final. La rocosa cima de la Alcazaba es hollada hacia las 10 de la mañana, después de 2h30 de ascensión. La alegría es tremenda, nos saludamos, no congratulamos de haber ascendido por una vía desconocida para nosotros y que nos ha satisfecho plenamente. Una vía que a lo mejor es clásica, pero de la que no teníamos referencia alguna. A partir de hoy, al menos para nosotros, la “Vía de los Navarros a la Cara Norte de la Alcazaba (AD, 55º, 750m)”.

Después de estar unos momentos en las inmediaciones de la cima de esta ciudadela de piedra, emprendemos la bajada hacia el S, hacia el collado que hay entre el Puntal de la Cornisa y el Peñón del Globo, que forman una formidable barrera rocosa entre la Loma de la Alcazaba y la Cañada de Siete Lagunas. En el mencionado collado dejamos las pesadas mochilas, esperando subir rápidamente a la cima del Mulhacén (3.479m), ya descargados del inmenso lastre. Solo llevamos los bastones, algo de agua y las cámaras de fotos.

El día estaba siendo magnífico, tanto en lo meteorológico como en lo deportivo, estábamos con el ánimo muy arriba y con muchas ganas de pasear por las alturas de Sierra Nevada. Nunca imaginé que un cambio de planes tan súbito por causa del mal tiempo, dejando para otra ocasión nuestra ascensión al Mont Blanc, podría convertirse en una experiencia tan enriquecedora y disfrutada. Y es que no solo hemos descubierto grandes montañas, ascendiendo en nuestro nivel técnico, no solo hemos escalado en Los Vados, hemos ido a la playa en Motril, sino que también nos hemos dado cuenta de que somos muy buenos amigos que compartimos una misma pasión y que sabemos trabajar en equipo, y disfrutar también de lo que no es montaña. Ese ha sido el mayor éxito de esta expedición al antiguo reino nazarí, el humano.

Volvamos al Mulhacén. Un coloso que recibe el nombre del penúltimo rey nazarí de Granada, Mulay Hasan, cuyo cuerpo, dice la leyenda, fue enterrado en la montaña. El punto más alto de la Península Ibérica, una cima que no alcanza por muy poco los 3.500 metros de altitud y que siempre ha llamado la atención, por estar en una cordillera de menor entidad que los Pirineos. Así pasa también con el Teide, el techo de España. La montaña es así de caprichosa, o es que quizá no entiende de cifras, no quiere verse sometida al corsé de la lógica. En nuestro afán de subir hacia la cima, descendemos hacia el S en dirección a la Cañada de Siete Lagunas, tratando de evitar los lugares más cóncavos, pues allí se encuentran las dichas lagunas, ahora tapadas excepto las dos más meridionales. El sol está alto y la nieve se derrite con celeridad en esta caldera de hielo, pronto se hace muy dificultoso avanzar y hemos de darnos relevos para mantener un buen ritmo. Nos hundimos, en zonas, hasta 40 centímetros y la distancia es mayor de la que habíamos previsto, con lo que el esfuerzo psicológico agrava nuestra incipiente debilidad. Como siempre unos van mejor que otros, pero somos una cordada y como tal subimos.

Vamos ganando altura progresivamente por la ladera occidental del Mulhacén conscientes de que la ladera se va a hacer larga, pues hemos de salvar unos 500 metros de desnivel desde las lagunas. Pero enseguida nuestro pesado ritmo se ve interrumpido por un corte horizontal en la nieve, apenas perceptible desde pocos metros, por su estrechez, un metro y medio. Sin darnos cuenta, hemos estado avanzando hacia una enorme rimaya de unos 5 metros de profundidad y que se extiende 200 metros en el plano de la montaña. Insalvable, ni siquiera llevamos las cuerdas. Así que descendiendo a media ladera, la rodeamos, dando aviso poco después, a unos esquiadores de montaña, para que la eviten por el S. Después de luchar con la pesada nieve, por fin alcanzamos la cima de la montaña. Por unos minutos estamos más arriba que nadie en nuestra península. Nos saludamos satisfechos, porque también hemos tenido que sudar esta cima, y mucho.

En las inmediaciones de la cima está un chico andaluz que ha ascendido la Cara Norte del Mulhacén, está abrigado con una chaqueta de plumas (de las gordas) y se queja de frío mientras espera a sus compañeros de cordada, que han preferido montar una reunión para afrontar el último tramo mixto de la escalada. Enseguida nos ponemos a inmortalizar el momento, el paisaje, la cima. Vienen a mi cabeza muchas cosas, muchas personas. Mi novia Kattis, que siempre me acompaña en la montaña, aunque esté a miles de kilómetros, y me hace mantener la cabeza fría. Mi hermano Eloy, que es el mejor compañero de aventuras y cuya ausencia en este viaje me apenó bastante. Y mis padres, que aceptan y respetan mi pasión por la montaña aunque sea una fuente de preocupación para ellos. De todos me acuerdo cuando estoy allí arriba, y ellos me ayudan a bajar con serenidad y sin cometer errores.

Saludando a otras cordadas que alcanzan la zona somital, dejamos atrás la cima para emprender el regreso al collado donde hemos dejado las mochilas. La nieve está muy blanda, así que empleando un estilo conocido por todos los montañeros, practicado por Aitor y yo mismo en el descenso del Bisaurín, unas semanas antes, y cuyo máximo exponente se encuentra en el descenso de los suizos Erhard Loretan y Jean Troillet del Corredor Hornbein, en la Cara Norte del Everest, en 1986. Lo han adivinado, ¿verdad? Sí, es el “culo-esquí”. De este modo, aprovechando las inclinadas pendientes por las que habíamos ascendido y nuestros pantalones de gore-tex, nos tiramos rumbo a la Cañada de Siete Lagunas... evitando la rimaya por el O. Un experiencia magnífica, 500 metros en apenas 4 minutos, no sé cómo no nos empezaron a pitar los oídos.

De regreso a la base de la cañada, caminamos hacia la pared rocosa que conduce al collado, y ahí empezamos a dar muestras de cansancio a partes desiguales, el grupo se estira y cada uno va a su ritmo. Alguno va muy bien, otro le sigue con dificultad, el que suscribe se ve afectado por una pájara momentánea y el último avanza a trompicones doblando incluso uno de sus bastones. La llegada al collado, a nuestras provisiones se revela fundamental para recuperarnos del esfuerzo. Quizá sin valorarlo demasiado en el momento, no hemos metido en 2 horas 700 metros de desnivel positivo por encima de 3000 metros, por nieve blanda y habiendo acometido una ascensión técnica y larga con anterioridad. En algún momento teníamos que bajar el ritmo, porque el cuerpo necesita adaptación, a través del esfuerzo y del descanso, y también requiere alimento e hidratación.

Tras reponer fuerzas, nos disponemos a alcanzar la cima de nuestro tercer tresmil, el Puntal de la Cornisa (3.313m). Es una cima rocosa que domina las vistas hacia las caras norte de la Alcazaba y el Mulhacén, y que se sitúa entre ambas montañas. Ahí Gorka repite su costumbre de dejar una canica en una cima hollada, cosa que había hecho antes en la Alcazaba, pero no en el Mulhacén, que ya había ascendido con anterioridad con su padre por la vertiente S.

Enseguida volvemos sobre nuestros pasos para recuperar nuestras pesadas cargas y emprender el camino hacia el N, buscando la parte septentrional del macizo y sus cimas más destacadas. Pero empieza a hacerse patente que estamos muy cansados y que tendremos que reducir el gasto de energía, máxime cuando descubrimos que tenemos que descender la Loma de la Alcazaba para retomar la cresta que recorre los tresmiles más septentrionales. En este punto, frenados por los Tajos del Goterón, nos paramos a debatir acerca de la mejor opción para continuar con nuestra aventura. Los más cansados preferimos vivaquear en la vertiente S para acometer las ascensiones del día siguiente habiendo descansado más. Los menos, prefieren volver a la vertiente N, para que el camino de regreso al día siguiente sea rápido. Se impone la lógica de que ni Pablo ni yo mismo estamos en condiciones de hacer el enorme esfuerzo que requiere este último plan, así que descendemos el valle para volver a ganar altura y vivaquear en unas lajas de pizarra de grandes dimensiones.

Ahora vamos a tener tiempo de aprovechar las pocas horas de sol que quedan y secar nuestra ropa, cambiarnos y empezar a construir nuestro refugio. Aprovechamos para buscar agua de deshielo de un torrente cercano y para empezar a hacer la cena, raquítica, como el día anterior. Nuestro alimento consiste en sopas deshidratadas, jamón (a razón de dos lonchas y media para cada uno), leche condensada, galletas, barritas energéticas y agua, a veces con isostar. El agua que tomábamos, a pesar de provenir de fuentes “puras”, era siempre potabilizada con la ayuda de pastillas que llevábamos a tal efecto. Básicamente cloro, con lo que el agua sabía a agua de piscina, eso sí, muy limpia.

Conforme fue cerrándose el cielo con nubes más amenazantes que la noche anterior, el viento empezó a levantarse y la sensación térmica bajó drásticamente. Fue difícil cocinar y estar a gusto al mismo tiempo y para cuando nos metimos en los sacos de dormir, el siseo del viento era incesante, colándose entre las piedras que habíamos puesto por muralla. La noche fue más fría que la anterior, signo de que la meteorología estaba cambiando, pero así y todo, el día siguiente fue magnífico, despejado pero fresco.


Amanecimos a las 6 de la mañana y poco a poco nos pusimos a funcionar en aquella fría mañana, el termómetro marcaba -3ºC, de mayo. El cielo se había despejado y ya se adivinaba claro desde el alba, a pesar de algunas nubes que asomaban por el E de la cúpula celeste. En pocos minutos, nuestro vivac se transformó en una calle del centro de Tokio, todo aparentemente revuelto pero, imperceptiblemente, en un perfecto orden. Cada uno con sus quehaceres, que pronto son los comunes: buscar agua y preparar el desayuno. Enseguida nos reunimos en torno a los hornillos, esperando nuestro turno para la taza de cola-cao y las galletas, que delicia en nuestro tercer día en la montaña. Las pequeñas cosas se aprecian el doble allí arriba y una taza de cola-cao o una sardina en aceite se pueden convertir en un manjar. Es una increíble sensación que no está de más experimentar de vez en cuando para no perder el sentido de la realidad, de lo fácil que vivimos en la ciudad.

Tenemos una gran sensación de frío, porque el viento que se declaró la tarde anterior sigue presente y el cielo está veteado de nubes blancas y grisáceas. No pinta todo lo bien que la víspera, debemos darnos prisa. Y así es como nos ponemos en marcha, sin exprimirnos demasiado, hacia el Puntal de Vacares (3.143m), que alcanzamos en una media hora larga. Se trata de una bella cima de carácter rocoso, que se alza prominente sobre su vertiente NO-N-NE, pero que ofrece una ascensión sencilla desde las demás. En este punto, nuestra cuarta cima de más de 3.000 metros, dejamos las mochilas como hicimos en el día anterior, para descender y acercarnos al Puntal de las Calderetas (3.047m), cima que hollamos salvando unos pequeños pasos de I+ en su roquedo somital. Quinta cima, misma ilusión.

Volvemos sobre nuestra huella, que nos devuelve a las mochilas. Hoy sabemos que vamos a volver al coche y que nos espera una suculenta cena en algún camping de la playa, recién duchados y con nuestra espalda liberada de la enorme mochila que nos lastra día tras día. Pero también queremos acabar nuestro paseo por las alturas con una sexta cima. Para ello descendemos hasta la cota 2900, debajo del Collado de Vacares, donde dejamos las mochilas, previendo recuperarlas en el camino de vuelta a la Vereda de la Estrella. De este modo subimos ligeros, entre la niebla que ya cubre las cumbres de más de tres mil metros, hacia la cima del Pico del Cuervo (3.147m), tras cuyo enorme hito cimero nos refugiamos del incesante castigo de Eolo. Aquí emprendemos el descenso definitivo, después de hacer un gran esfuerzo, el camino se suaviza y ya no volveremos a salvar desnivel positivo salvo raras excepciones. Recuperamos los macutos y empezamos a caminar a media ladera, perdiendo poca altura, en dirección al N, buscando el vivac de la Cucaracha y después el refugio forestal del mismo nombre. La bajada es tortuosa, especialmente la zona de matorral, entre el vivac y el refugio, donde la inestabilidad del terreno, unido a nuestro cansancio y carga, nos hacen extremar las precauciones.

Una vez llegados al refugio descansamos, sabiendo que ya estamos en la Vereda de la Estrella, ahora el camino será ancho y bueno hasta el coche. La meteorología mejora, estando el cielo despejado de nubes y el mercurio más animado que en alta cota. Esto nos anima y, unido al mayor aporte de oxígeno, nos recupera en cierto modo. De esta manera, descendemos rápidamente el zigzagueante camino que lleva al Barranco de San Juan y que enfila, por el valle del río Genil, hacia el lugar donde había empezado nuestra aventura unos días atrás. Unos días para recordar con una sonrisa en los labios y calor en el corazón, una magnífica actividad en un entorno incomparable. Granada, escalada, cultura, montaña, mar. El universo nazarí cuyo sueño vivimos por una semana. Salam Malecum.

Salud y Montaña


PS: Los comentarios son fuente de motivación para la existencia de un blog. Si algo te gusta (o si no), coméntalo para que en el futuro siga habiendo nuevas entradas. Gracias.

domingo, 9 de mayo de 2010

Balaitous por la Chimenea de las Néous (AD-). Intento invernal.

Macizo del Balaitous, Parc National des Pyrénées, 16 de marzo de 2010.


Un mes después de mi última salida a la alta montaña, recuperado del duro invierno, me dispongo a calzarme las botas y los crampones de nuevo. La energía acumulada por el tiempo de inactividad me impulsan, incluso me precipitan, hacia un objetivo ambicioso, que quizá no sea lo mejor para mi cuerpo todavía. Pero en esto, como en muchas otras cosas, la cabeza manda.

Ésta es mi segunda visita al Balaitous, que ya coroné con Aitor Ascargorta y mi hermano Eloy en agosto de 2009. En aquella ocasión elegimos la ruta de la Gran Diagonal, una ruta F+, que se inicia en La Sarra y transcurre por la cara O de la mole del Balaitous, buscando el paso más fácil por la enorme hendidura de esta vertiente.

El Balaitous tiene varias rutas, frecuentadas en diferentes épocas del año. La Gran Diagonal (F+) es la vía clásica desde España en verano, siendo la ruta de la Brecha Latour (PD, II+) la normal el resto del año para los ataques desde el sur de los Pirineos. La vía francesa por excelencia para los meses fríos es la de la chimenea de las Néous (AD-). Ésta va a ser la elegida, pues tanto Gorka, mi compañero en esta ocasión, como yo mismo ya habíamos frecuentado las otras vías de acceso a la cumbre.

Con muchas ganas y con mucho respeto, en este especialmente duro invierno, nos encaminamos a la conquista de esta gran montaña, que medirá nuestra capacidad de acometer una invernal por una vía prestigiosa.


RUTA

Nuestro punto de partida se encuentra en el kilómetro 4 de la pista que conduce hacia el  Centro de Interpretación desde Arrens. Remontamos la carretera hasta dicho refugio, donde se inicia nuestro trayecto en senda hacia el SE, primero en zig-zag por un bosque y después por el valle. Hacia la cota 1750 se gira hacia el SO, para ganar altura con rapidez a través de palas inclinadas de nieve, alcanzando un valle elevado que se encauza progresivamente hacia el O. En la cota 2500 se inicia el Glaciar de las Néous, en este momento nevado y con sus grietas y rimayas cubiertas. Remontando dicho glaciar llegamos a la base de la chimenea, que es la segunda por la derecha. Existe un primer resalte de cierta dificultad, en mixto. El camino de regreso es el mismo que el de subida.


DESNIVEL POSITIVO

1900m


TIEMPO

Espléndido día azul, con temperaturas que variaron entre los -5ºC y los 5ºC. Viento nulo.


CROQUIS



DURACIÓN

Km 4 – Centro de Interpretación (1h15) – Desvío hacia Ledormeur (3h45) – Glaciar de las Néous (5h) – Chimenea de las Néous (7h15) –  Centro de Interpretación  (13h45)- Km 4 (15h). La ascensión en nieve y el desnivel acumulado son elementos muy importantes a tener en cuenta, esto tiempos se refieren a ellos. En condiciones de menos nieve, distinta cota de aparición de ésta o estivales, los tiempos pueden variar notablemente.


DIFICULTAD

La principal dificultad viene dada por la longitud de la aproximación y de la ruta en sí, sumados al desnivel que hay que salvar para llegar a la vía de acceso a cumbre. Todo ello requiere de una forma física excepcional para acometer dicha empresa en una jornada. La dificultad técnica principal es el resalte mixto de la entrada en la chimenea de las Néous (75º, 4m) y la propia chimenea helada (50º).


DESCRIPCIÓN

Salgo de trabajar y estoy eufórico, hemos estado esperando muchas semanas una oportunidad así: ir a la montaña en buenas condiciones meteorológicas y nivológicas. Habíamos empezado a pensar que necesitaríamos poco menos que una conjunción astral para ver a nuestro Pirineo bajar la guardia.

Los antecedentes hablaban por sí solos, este invierno estaba siendo muy duro en lo climatológico y en lo personal. Desde mediados de diciembre las condiciones no habían hecho sino empeorar, con gran inestabilidad atmosférica y dejando las montañas con condiciones de innivación superiores a otros años. La ida y venida constante de borrascas no habían permitido una estabilización duradera del manto nivoso en tres meses. Tiempo en el que no habíamos podido hacer más que dos incursiones invernales de poca entidad: Lakartxela y Moncayo.


En lo personal también habían sido unos meses duros viendo caer uno tras otro montañeros en las cordilleras de nuestro país, muchos de ellos muy experimentados, añadiendo una gran aflicción a la lógica impotencia que genera no poder salir a practicar nuestra actividad favorita con seguridad.

El trago más amargo lo tuve el día 23 de febrero, cuando mi buen amigo Lucas me comunicó por teléfono, con una una voz que apenas disimulaba su gran ansiedad, que su tío Alfonso había desaparecido en las inmediaciones del Pico Billare, en Lescun, Francia. Me pidió ayuda para ir a la zona. Alfonso era el hermano gemelo del padre de Lucas, un hombre del que había oído que era alpinista y escalador, y cuyas hazañas alimentaban mi imaginación cuando era adolescente. Ese alpinista capaz de ascensiones como el Mont Blanc o el Cervino, y de escaladas clásicas en el Pirineo, había desaparecido en este fatídico invierno junto a su compañero de cordada Armando.

Por casualidades de la vida, mi compañero de cordada Gorka estaba conmigo en el momento de la noticia. En cinco minutos confirmé a mi amigo que estaría con él al día siguiente. El infortunio ha hecho que a día de hoy aún no hayamos podido recuperar los cuerpos.

La montaña te lo puede dar todo, pero te lo puede quitar todo, y es ese ansía de superación y descubrimiento, de vuelta a los orígenes y de experimentación de los límites humanos, la que nos lleva a medirnos en la naturaleza. Es la belleza de la idea, de lo incólume contra lo liviano, de lo impertérrito contra lo corruptible, de la montaña y el hombre. A decir verdad, no hay razones para ir a la montaña, pues el alpinismo no es sino una pasión. Una pasión que colmata el espíritu humano, pero una pasión que puede acabar con nuestra temporalidad.


Buscando ese elixir de vida me encuentro preparando mi material de alpinismo al son de la música contemporánea que voy a aparcar dentro de poco tiempo. Hago una llamada a Gorka para avisarle de que pase por mi casa y me dejo llevar por los pensamientos mientras organizo el macuto. Llega mi compañero en pocos minutos. Aquí está casi todo listo. Solo me queda por repasar la lista de imprescindibles, cuando hablando descubro que Gorka tiene medio día más de lo previsto. Enseguida le propongo cambio de planes, tenemos hambre de algo grande: El Balaitous por la chimenea de las Néous, una vía AD muy conocida, sobre todo al otro lado de los Pirineos.

Con la excitación propia de comenzar una empresa improvisada nos dirigimos a una tienda de montaña a por el mapa 1:25000 que nos falta. Después todo será carretera, de noche. El viaje se hace entretenido, charlamos y bromeamos, hablamos de la ruta, del inmejorable tiempo y de las ganas que teníamos de ir. En esto se nos hace tarde para cenar y, ya se sabe, en Francia todo está cerrado a las 22:30. Tras intentarlo en vano en Oloron y Pau, va a ser en Lourdes donde el milagro ocurre. La virgen nos deja un Kebab abierto para que satisfagamos nuestros estómagos y tranquilicemos nuestros ánimos, pues ninguna empresa en la montaña puede tomarse en serio sin estar bien alimentado, o por lo menos bien lleno. Resultó ser un lugar muy agradable, buena y barata comida y unos dueños especialmente acogedores y simpáticos. Tanto que volveríamos a cenar allí al día siguiente. Pero esto es adelantarse a los hechos.

Ahora solo nos restaban unos minutos para llegar a destino, un aparcamiento al final de la Gave d'Arrens, en pleno Parc National des Pyrénées, ese espacio que vuelve sorprenderme. Sin duda es un lugar mágico, una reserva de vida salvaje excepcional que esconde muchas de las más bellas formaciones montañosas de toda la cordillera pirenaica, amén de una gran cantidad de variedades botánicas y animales, que son tesoros de un valor incalculable.

Y es que cuando un hombre moderno arriba a un sitio como éste se ve desbordado por la increíble serenidad de la naturaleza y por la armonía de sus formas, una calma que se ve sacudida esporádicamente por espasmos de realidad. Y ese hombre que sueña despierto reconoce una fragilidad que había dado por olvidada. Neutralizada por el progreso material y la accesibilidad a los recursos básicos, ignorada por el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico, y despreciada por nuestra soberbia, la montaña nos devuelve a nuestro lugar en el orden natural, aunque sea temporalmente.


Sin embargo, fue una valla lo que nos dio, inesperadamente, una dosis de realidad. El paso se encontraba cortado en el cuarto kilómetro de la pista asfaltada que comunica Arrens con el Centro de Interpretación del Parque, donde esperábamos aparcar el coche. Esto suponía alargar la ascensión del día siguiente en cinco kilómetros y cuatrocientos metros de desnivel, una hora y cuarto a buen paso. Sin embargo había un motivo compartible detrás del bloqueo de la ruta, se trata de un área protegida y está cerrado su acceso desde noviembre a mayo para vehículos a motor. Y como amantes de la montaña asumimos el papel que nos tocaría interpretar al día siguiente y el desgaste extra, lo cual nos motivaba pero también nos preocupaba: la inactividad en alta montaña se nota. A las dos de la mañana apagamos la luz y nos metimos en los sacos de dormir, a la sazón en el maletero del coche.

Seis de la mañana, suena el despertador cuando me encuentro en la fase más profunda del sueño. En realidad no sé si estoy en el fondo o solo en la superficie de este océano onírico, pero la alarma me arranca violentamente de mi descanso. Estoy al caliente unos instantes más, solo para comprobar que mi compañero se despierta y que el sol empieza a iluminar las cimas circundantes. El aire dentro del habitáculo sigue siendo razonablemente respirable y la temperatura bastante suave, claro que solamente hemos estado dormitando durante cuatro horas. Tiempo que va a ser parte de nuestro combustible para acometer una empresa más ambiciosa de lo que habíamos imaginado.


Con el fresco de una mañana de invierno guardamos nuestro sacos y nos vestimos. Enseguida le toca el turno al desayuno y a las siete y diez de la mañana atravesamos la valla verde, punto de inicio y de final de nuestra aventura. Estamos ilusionados y con energía a pesar del largo viaje, el objetivo es ambicioso y el camino, largo. Nuestro ritmo es bueno desde los primeros compases, que transcurren por la carretera que termina en el  Centro de Interpretación . Son unos buenos cinco kilómetros que hacemos en zapatillas de trekking para mayor comodidad, una vez llegados al caserón cambiamos de calzado para ponernos las botas de invierno. Empieza la nieve, no tanto en una primera parte de bosque por la cual progresamos bastante rápido, sino una vez en valle abierto.

Conforme el sol se yergue sobre el magnífico cielo azul que nos contempla, las abruptas formas que nos rodean se muestran brillantes, envueltas en nieve y hielo. El escenario es grandioso y queremos corresponderle con nuestro esfuerzo. La penetración en el valle es larga, casi hasta el collado fronterizo,  giramos por inclinadas palas de nieve helada hacia nuestra derecha, dirección SO, en la cota 1750 aproximadamente.

Gorka va delante, abre huella con el paso animado de quién ama la montaña, la nieve está bastante practicable y solo nos hundimos unos centímetros. Después de un inicio de año un poco duro para mi salud no estoy para nada en forma y me cuesta progresar, dar el cien por cien puesto que mi garganta se reseca rápidamente y no quiero volver a pasar penurias. Amén de esto llevamos la mochila muy cargada de material. Pero estamos motivados, y la dificultad, el desnivel y el estado de la nieve no nos echan para atrás en ningún momento. Tampoco los restos de grandes coladas de nieve, que barren literalmente nuestra ruta, nos intimidan hoy.

Después de salvar un fuerte desnivel paramos en una roca al sol para descansar y comer algo. El sol nos baña en su calidez, nos recarga de energía, pero no nos reconforta en nuestros pensamientos y es que a estas alturas deberíamos haber encontrado un refugio libre que está por la zona, aproximadamente en la cota 1900, pero no damos con él, no hay ni rastro. “Lo veremos en el descenso”, nos decimos. Pero no, aún hoy sigue siendo un enigma su posición. Cuando volvamos por la zona esperamos encontrarlo.

Tras un breve alto en nuestro camino nos ponemos en marcha, el tiempo apremia. Ahora abrimos huella alternativamente, poniendo todo de mi parte para despejar el camino a mi compañero. La ascensión es pausada y no puede ser de otra manera pues estamos muy cansados. El camino es largo, llevamos más de 7 horas andando, con unos 1600m de desnivel encima y nuestras cabezas empiezan a trabajar en modo automático, solo nos mueve la voluntad, asistida por una razón que mira constantemente al reloj. Los últimos 400 metros de ascenso del Glaciar de las Néous fueron muy duros, pero finalmente, sorteando algunas placas sospechosas de romperse a nuestro paso y ascendiendo palas de 45º llegamos a la base de la chimenea que pretendemos atacar.


Lo hemos conseguido a base de tesón, de fuerza y resistencia física, pero sobre todo mental. Es el momento de preparar el material, las cuerdas, arneses, tornillos de hielo, sistemas y demás. Tardamos mucho, nos cuesta maniobrar en terreno muy inclinado y helado, hace frío, estamos ateridos haciendo equilibrios en el labio de una rimaya. Los dedos están con poca sensibilidad, efecto de la exposición al frío y a la deshidratación, ante lo cual decido beber y ponerme los guantes interiores de seda, con lo que la situación mejora ostensiblemente.

Transcurrido un buen rato nos acercamos a la base de la chimenea, que presenta una entrada en mixto, un resalte de unos 75º que Gorka escala de primero, con la doble cuerda asegurándole. Muy estética escalada. Mi turno, paso por el obstáculo sin pena ni gloria, ansiando atacar el primer largo de una chimenea de hielo de unos 50º y 120m de largo, pero mi cabeza me dice que no, que es el momento de renunciar. Estamos a 100 metros de la cima del Balaitous, tocando el triángulo metálico de su cumbre, pero no podemos permitirnos seguir por el cansancio acumulado y la hora tardía. Son las cuatro de la tarde y anochece pronto. Así que después de la paliza física y de la lucha mental, no hay recompensa en forma de cima. El alpinismo, a veces, es así. Y es bueno que sea así.


Emprendemos el descenso con celeridad, no queremos que se nos haga de noche en el glaciar, bajamos sin descanso hasta el valle, por nieve blanda. Se hace largo y duro, además pronto tenemos que encender los frontales y ponernos más ropa, conforme el sol desaparece por el horizonte. Hablamos, valoramos nuestras decisiones, nuestro esfuerzo, y se impone la idea de satisfacción con el enorme esfuerzo realizado, con la belleza del recorrido. Ha sido una jornada extraordinaria en todos los sentidos, una ruta para repetir. Sin embargo no hay muchas fuerzas para cavilaciones, pronto solo pensamos en regresar al coche lo antes posible. Una vez llegados al Centro de Interpretación nos ponemos las zapatillas y descendemos la larga carretera al límite de nuestras fuerzas, buscando una valla verde que nunca parece llegar, pero que al fin encontramos con alivio.

Hechos polvo nos dirigimos a Lourdes, donde cenamos de nuevo en el Kebab, donde nos reciben sonrientes y se interesan por nuestra actividad. Nuestras caras lo dicen todo, hay sonrisa, pero también mucho cansancio y la conversación es menos animada que el día anterior. Reponemos energías con una cena abundante y sabrosa que nos permite mantenernos despiertos para el viaje hasta Pamplona, que emprendemos acto seguido, llegando a las 3 de la mañana a la capital foral.


Por esta vez, la apretada disponibilidad de tiempo, la corta ventana de buen tiempo y el tratarse del último fin de semana antes del fin del invierno (para poder firmar una invernal), precipitaron nuestra elección de ruta y condujeron a la no consecución del objetivo (en dos días hubiera sido más que factible en la forma en la que nos encontrábamos). No obstante, la experiencia fue espectacular y volveremos, en breve, a presentarnos ante la chimenea de las Néous para acceder a la cima del Balaitous. Hasta entonces, será una cuenta pendiente.


Salud y Montaña


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